10/29/2006

Día cinco.

Esto en la contestadota de Odette:

“Las agencias del correo han desmejorado, por eso he dejado de escribir cartas. Mi estilo también ha desmejorado: ese insecto dentro mis manos (sin tus manos). Cualquier excusa sería conveniente para no escribir cartas, y sobretodo no enviarlas. Pero escribir una carta y no enviarla es volverme esa gente que tiene un billete guardado en la billetera y que no lo gasta, porque cree que es de buena suerte. Gente que cree en horóscopos, que se confiesa ante sacerdotes o confía en los señores del clima. Yo te he dicho que desparecer de vez en cuando es bueno, pero....”

¿Te das cuenta de que nos hemos abandonado en silencio? He ido sacando mis camisas de tu memoria, mis ojos inubicables, el saco, algunos pares de zapatos y la ropa interior; me he llevado la colonia, la música en algunos discos, mis libros. Y tú lo sabías todo el tiempo. No dijiste nada, como yo no dije nada al mudarme de ti, de toda tu memoria. Nos hemos abandonado como cuando los adjetivos desaparecen en la corrección de lo redundante. Y no me duele, en serio que no; pero me siento equivocado y hasta lo escribo. ¿Por qué has dejado que te abandone sin decirme nada? ¿Por qué me fui Odette? Es necesario pisar otras tierras, es cierto. Pero entonces qué tierras habíamos hallado nosotros.

10/28/2006

Día cuatro.

Mensaje de Odette en la contestadora:

"Luquita, querido: caminé por París luego de recibir tu carta, dos horas bajo la lluvia de la mañana y el paraguas resiste tan bien, no sabes. La carta en el bolsillo, y te sentía tan cerca. Fácil era pensar estar en Lima caminando contigo. Y cuando me detuve en un café, me detuve contigo, y cuando lo tomé… bah, ya sabes. Pero cuando la abrí para leerte otra vez, era conversar contigo, una maravilla, porque era como siempre, con tus comas y tus puntos seguidos verbales, y yo asumiendo mentalmente el ritmo cuando hablas."

(Aquí hubo un silencio. Escuche un timbre ajeno, un claxón desde París que llegó a Lima, pobre ciudad de temblores. Acaso ella quiso que la imaginase sentada en una silla y apoyada de codos. Pero Odette, habla, dime quién mató a Paris. Quién fue tu cama. Lo que sea, pero dilo. No permitas que sienta esa ausencia falsa de quien está en silencio, y entre mudos.)

"Yo no creo que vuelva a Lima."

Esto en la contestadora, un golpecito en la canilla, un insecto que camina dentro del ojo. Y uno se soba para que le pique y un poco.

Odette, ella es de las que escriben guiones para dejar mensajes en la contestadora, es decir, los escribe en papeles que huelen a Odette y se somete a pensar en qué escribir para decirlo sin tartamudear nada, o no decir algo como: te quiero. Y decirlo quince o veinte veces. (Ya iba a escribir mil veces.) Y luego colgar y salir corriendo a arrepentirse con las manos por la cara blanquísima, y dejando un agujero en alguno de sus ojos celestes para no tropezar con alguien.

Día tres.

Como lo conté en la primera carta que te envié, nunca le escondí tu nombre a ninguna mujer, pero a ti te lo oculté todo. Es por eso que las mujeres que conozco saben de nuestra historia. Y alguna vez me dijeron:

“Quisiera ser la Odette de alguien”

10/26/2006

Día dos.

La tendida cama de un hotel siempre será inevitablemente blanca.

Amarillo es el color de los dolores de estómago, el retorcijón que produce insomnia, la punzada acosando el lado derecho.

Lúcuma la tensión del cuello.

Verde la descomposición, la caja de Pandora, el salto de un anciano que no lo acepta.

Negra es una paloma callada sobre un columpio de jaula.

La vereda vacía suele ser celeste, como un vaso olvidado bajo la cama, como el cielo gris de Lima, que oculta un paraíso sobre él.

Una cafarena negra es el frío, como la paloma callada sobre un columpio de jaula, ahora, tomando agua sedienta.

Azul son los ojos marrones de una mujer que mira, y también el invierno de aires acondicionados dentro de una oficina.

Roja la manzana, que nadie ha mordido.

Blancas las mujeres que besan como probando una manzana roja que nadie ha mordido, que recojen un celeste vaso olvidado bajo una cama y esperan el paraíso sobre el cielo gris de Lima que verdaderamente no es gris.

Blancas las mujeres que liberan negras palomas de jaulas con columpio, que alivian lúcumas tensiones del cuello, que miran con sus azules ojos marrones como tiemblas de frío en el invierno de aires acondicionados en una oficina.

Blancas las que destienden las inevitables sábanas blancas de un hotel, para no volverlas a tender más.

Invisible este diario, como algunas blancas mujeres sobre el blanco fondo que es olvido.

10/24/2006

Día uno.

Miro el cuadro y es una mancha azul oscurecida en violeta y luego al celeste, parecido a cuando sueño que voy por las calles de Lima, como un limeño más, lento y triste, como si leyera a Vallejo y en serio. Entonces en el sueño encuentro un mar transparente sobre una pared, luego una piedra de oro y después un niño buscado; mientras me dices desde una casa que no termina de ser construida: yo no quiero subir a esos buses contigo. Eso sueño, que no quieres subir a esos buses conmigo.

Son las once y el cielo de Lima, Odette, el cielo de Lima es como siempre. Ya deben haber comenzado los héroes griegos a armar grandes disputas por ser tu cama, mientras que tú, salida recién de la ducha hueles a papeles finos, porque siempre hueles así. Y te he dicho que cuando se acaban las hojas en la impresora de la oficina, yo abro el cajón de los papeles nuevos porque te huelo.

Pero los héroes griegos Odette: entonces los miras mientras apilas sobre una mesita recuerdos de viajes y cajas nuevas, viejos dibujos que te he hecho en esos once años que desapareciste. Y está claro, mira como lo recuerdo: Aquiles reta a Paris con cuidado mientras Pigmalión te esculpe con delicadeza tras la ventana.

¿Recuerdas aquella conversación de café, sobre la mesa que tambaleaba si te apoyabas con los codos?

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Levanto el cigarro desde el borde del sofá blanco dentro mi habitación y lo fumo como tocando un saxofón en una primera presentación. Algunas cenizas caen, el viento desde la ventana las desliza hasta donde tú no estás porque no estás, y me divorcio de la comodidad para encender una lámpara de papel estilo japonés comprado en una feria de domingo, que lo he mudado de una esquina a otra para poder leer mejor, pero sigo sin leer.

Si estuvieras Odette, ya sabrías del cinco por ciento de aumento en el movimiento cafetero del país en los últimos seis meses; y que ayer encontré un crucigrama que solicitaba tu nombre bajo la foto de una artista de cine que nada tenía a ti. De por medio un premio en efectivo y mi sombra.

Pero mira, he comenzado a escribir este diario. Y solo.

Un deporte inútil, ya verás.

10/22/2006

Cero.


Todo acabará el día
Ochenta y Ocho.

Desde este 25 de Octubre, a las 12.00 a.m.